Cuentos de la escritora Amparo Carballo Blanco

Friday, September 08, 2006

¡QUÉ MALAS PULGAS!


Era la primera vez que veía el mar. Estaba emocionada. Envuelta en una agradable brisa marina, corrí a su encuentro. El mar se enredaba en mis patas y me lanzaba refrescantes mordiscos de espuma. Yo le devolvía los mordiscos y le ladraba. Cuando el mar venía, me traía el sonido de lo perdurable. Cuando el mar se retiraba, me dejaba el sonido transitorio de las caracolas vacías. Yo quería dejar mis huellas marcadas en la arena, pero él las borraba.
El mar y yo jugábamos al corre que te pillo. Me regaló una caja que flotaba a la deriva. La sujeté con los dientes y la llevé de una punta a otra de la playa.
En la orilla, desde la arena, las pulgas marinas saltaban a mi hocico. Me comí unas cuantas. Sabían muy saladas.
Estuve saltando a la comba con el mar hasta que me aburrí. Volví junto a mi familia, que observaba de cerca mi diálogo con el mar. Me tumbé junto a ellos bajo la sombrilla y comencé a sentirme mal. Me dolía la barriga y me daban náuseas. Además, la combinación de sal y arena en mi pelaje me causaba irritación en la piel. Estaba deseando regresar a casa para que me dieran un baño de agua dulce.
Ya en casa me sentí un poco mejor, pero pasé la noche fatal... Al día siguiente mis amos me llevaron al veterinario.
¡Ay, ay..., mi barriguita! Decididamente tengo que tener más cuidado con mis chapuzones en el mar, porque es traicionero y tiene muy malas pulgas marinas.

Tuesday, September 05, 2006

EL OLOR DEL MAR


Aquella mañana había mucho movimiento en la casa. Mi familia se preparaba para ir de vacaciones. Hace días que oigo hablar del mar. ¿Qué será eso del mar? Yo observaba todo el jaleo desde mi cama, intrigada.
-¿Qué va a pasar conmigo? ¿Me llevarán con ellos?, me preguntaba.
Cuando por fin terminaron de hacer las maletas, vi que metían mis cosas (pelota, muñeco preferido, champú, cepillo, comida, cama) en otra bolsa de viaje... Di un brinco de contenta y salí de mi rincón. ¡Bien! ¡Voy con ellos! Se me alegraron los ojos, el rabo, las patas y el alma.
Pusieron mi bolsa en el maletero del coche, junto a sus maletas. Y subimos los tres. Yo iba en el amplio asiento de atrás, comodísima. Podía contemplar el paisaje a través del cristal de la ventanilla, o tumbarme y dormir. El viaje duró bastante tiempo.
A pesar de que el coche iba deprisa, mi sensible nariz podía diferenciar, con absoluta claridad, los olores de los distintos pueblos por los que pasábamos. Ninguna ciudad huele igual. Los lugares como las personas o las casas tienen su olor. El olor es lo que a uno se le escapa sin querer.Lo demás suele ser sometido a engañosos perfumes. Algunos olores son muy peculiares y los puedo identificar a ojos cerrados. Hay ciudades y personas que desprenden un olor tan insoportable que escandalizan mi nariz...¡Apestan! Otras cambian de olor dependiendo del clima y la actividad. Mi ciudad, mi casa, mi familia huelen a poesía, como corresponde a los cálidos espíritus convocados alrededor de la palabra, refrescados por la brisa que produce el batir de alas de los libros cuando los devoran con avidez. ¿A qué olerá el mar?, la mar: dicen ellos a veces.
Llegamos por la tarde a nuestro destino. Él aparcó el coche delante de un bonito edificio. Ella abrió la puerta, me puso la correa y salté fuera. Noté que estaba un poco mareada. Lo primero que hice fue un gran pis. Después bebí agua y me estiré.
De repente mi nariz se inundó de un olor nunca olfateado. Levanté la cabeza y delante de mí vi mucha agua. Se extendía azul, se perdía más allá del horizonte, inmensa, tan grande como el cielo, bramaba como una fiera, iba y venía, se estrellaba contra las rocas, con lengua de espuma lamía, una y otra vez, la arena de la playa. Y olía a olor de mar...